Cuatro Décadas de la Catástrofe Minera en Charcas
A 40 años de la catástrofe minera que enlutó a la ciudad, dedico este sencillo apunte a manera de homenaje póstumo, a los mineros caídos en su bregar diario, el 5 de octubre de 1978, en la Unidad local de Industrial Minera México, S.A., al chorrearse la calesa en que salían a la superficie; además a todo el
gremio minero y especialmente a mi padre Don Alfonso Silva González (qepd) –minero por 53 años-, con mi profunda gratitud, admiración, cariño y respeto.
Cenaba junto a varios hermanos. De pronto, cuando el reloj marcaba las 10:30 de la noche del 5 de octubre de 1978, el prolongado “ulular” de la sirena de IMMSA –distante cuatro kilómetros- interrumpió el silencio y la tranquilidad de que disfrutábamos los charquenses. Pensamos que algo grave había sucedido y más nos alarmamos porque era la hora en que mi padre regresaba de trabajar del turno de segunda. Lo esperamos durante larguísimos 45 minutos. Apareció puntual a las 11:15; nos dijo que se había “chorreado” la calesa pero que ignoraba si había muertos porque apenas intervendría la cuadrilla de rescate y salvamento que dependía de la Comisión de Seguridad e Higiene de IMMSA.
Al día siguiente todo era tristeza y desolación. En la ciudad se respiraban aires extraños o quizás sólo era nuestra imaginación porque ya se sabía dondequiera lo ocurrido. En las esquinas, en la plaza, en los comercios y en todas partes se comentaba en voz baja que trece mineros murieron aplastados al desplomarse el ascensor, calesa o elevador que se encarga de trasladar a los trabajadores hacia las profundidades de la tierra. Días después murió otro en la capital del Estado para sumar un total de 14 los fallecidos.
El dictamen oficial dado a conocer a los medios, fue la rotura del perno de acero de dos pulgadas y media de diámetro que va en el tambor del malacate que hacía funcionar la zapata de freno emergente. Al no obedecer tampoco el mecanismo automático, los trabajadores se fueron hasta una profundidad de 300 metros por el enloquecido desplome de la calesa de doble compartimiento en que subían; del nivel 9 hasta el 19.
Se supo que el golpe brutal de la calesa perforó la tarima de hierro que está (o estaba) en el nivel 18 y se precipitó hasta el 19. Algo más, el piso del ascensor en que viajaban la mitad de los trabajadores, hizo acordeón los soportes y aplastó a los mineros que viajaban en el piso inferior…
Las labores de salvamento terminaron a las cinco de la mañana y desde muy temprano los familiares de los mineros que no habían vuelto a sus casas la noche anterior, se encaminaron en romería hasta la puerta principal de la empresa minera para tener noticias de sus seres queridos. Les dieron la información pero no les permitieron ver a sus muertos por las lamentables condiciones de mutilación en que quedaron, lo que obligó a las autoridades a sellar herméticamente los ataúdes.
El 6, al filo del mediodía y procedentes de las instalaciones de IMMSA, una caravana de vehículos trasladaron los cadáveres al club minero ”11 de Julio”. Por la tarde fueron conducidos a sus domicilios particulares para ser velados. El señor Napoleón Gómez Sada, líder nacional del gremio minero, que arribó a esta ciudad cuando se intensificaron los repiques de las campanas de la parroquia de San Francisco y el “ulular” de la “sirena” del sindicato minero, realizó una guardia de honor ante el féretro de cada uno de los trabajadores fallecidos en el desgraciado accidente minero.
En señal de duelo, prácticamente todas las actividades se suspendieron en esta población. El profesor Hipólito Revillas Aguilar, presidente municipal en ese tiempo, decretó día de asueto y se paralizaron las actividades municipales; los directivos de las escuelas suspendieron las clases y sólo algunos “burgueses advenedizos” –como refirió la crónica en su momento- permanecieron ajenos al dolor del pueblo, y cómo no, si se trataba de un problema acontecido a trabajadores cuya percepción salarial apenas si rebasaba los mínimos establecidos.
La noche y madrugada de los días 6 y 7, fueron acompañadas de una intensa y muy cerrada niebla, como si la naturaleza a través de un adverso tiempo climático quisiera acompañar a todos los actores involucrados en este dramático accidente. Mucha tristeza se advertía y un frío intenso era el clima predominante; como de mucha aflicción eran los momentos que vivía la población charquense por los resultados arrojados en el suceso, considerado por el líder nacional como el segundo en importancia en todo el territorio nacional, después del de Barroterán, Coahuila.
La mañana del 7 fue fría y con niebla. La ceremonia luctuosa se celebró en el Club de Leones, en donde no obstante lo espacioso del lugar se mostró insuficiente para albergar a los presentes; miles de gentes esperaron afuera para acompañar a los caídos hasta su última morada; regresarlos al sitio en donde trabajaron por mucho tiempo para sacar la riqueza del subsuelo.
Se recuerda que una vez que los cuerpos fueron trasladados en hombros de sus propios compañeros y que arribaron a la segunda sección del panteón “San Miguel”, las fosas aún no estaban concluidas; ello motivó que muchos voluntarios contribuyeran para acelerar los trabajos y dar cristiana sepultura a los infortunados mineros. Una vez que recibieron el adiós de la multitud congregada, la población retornó a la ciudad y reinó la quietud.
Los mineros que perecieron instantáneamente en el lugar del accidente fueron: Mariano Lucio Bracamontes, Alfonso Carranza, Martín Moreno Pardo, Rodolfo Zul, J. Merced Flores Huerta, Pascual Briseño Méndez, Julián López Hernández, J. Santos Teniente, Amado Pachuca Galván y los hermanos Luis y Margarito Flores Olivares, Secundino Palafox Saucedo y Leopoldo Moreno murieron en el corto trayecto del Tiro San Bartolo a la clínica hospital de IMMSA, posteriormente Ramón Tovar Morales, en el Centro Médico del Potosí.
Las personas que “vivieron para contarlo” fueron el mecánico don Félix Ocampo, el Ing. J. Jesús Araiza Aranda y don Prisciliano Valerio Zamarripa, que aunque lastimado de sus piernas fue claro ejemplo de tenacidad, esfuerzo y amor por la vida.
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